sábado, 13 de octubre de 2012

una proclamación a la infinita belleza de la mujer

 
 
La belleza de la mujer es compleja. Es externa e interna. Los hombres nos sentimos desarmados ante la belleza de la mujer que amamos. Ante el encanto de una mujer bella que pasa cruzando ante nuestra mirada por la calle.
La belleza de la mujer se encuentra en la mirada del observador y sobrepasa la simplicidad de una esbelta figura o una mirada. Aún cuando la mirada de una mujer es capaz de desarmar, de penetrar la mente de un hombre y de dejarlo fulminado ante su poder.
El encanto de la mujer se manifiesta en sus movimientos, en su voz, en la fragilidad y la gracia de su forma de caminar.
Más allá de eso, sobrepasando el plano de la belleza física, que como he dicho es subjetiva y determinada por la mirada del observador, la mujer es inifinitamente más compleja que el hombre. En su conducta, en su forma de concebir el mundo, en su actuar, en sus decisiones.
Mientras que los hombres somos en esencia, extremadamente parecidos unos a otros, jamás serás capaz de encontrar a una amiga igual a otra. El comparar a una mujer como pareja con otra es algo simple y llanamente estúpido.
Como compañía, ya sea como amigas o como pareja, no concibo la vida sin la presencia de la gracia y la complejidad femenina.
Esa complejidad que se manifiesta de infinitas formas, desde el encanto de una sonrisa, el susurro de un consejo o el roce de sus labios.

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