lunes, 15 de octubre de 2012

la mañana desierta


 

Bajé a la cocina a prepararme un café  y fue entonces cuando lo noté. Un sepulcral silencio invadía la estancia. El habitual ruido de un millar de automoviles y de gente transitando por las calles simplemente brillaba por su ausencia.
Miré al jardín. Sali a la calle. No había automóviles. No había nadie caminando por las calles.
Terminé rapidamente mi café, me dirigí a mi automovil y me encaminé al trabajo.
Tras unas cuantas cuadras detuve el automovil y caí en la cuenta que la ausencia de personas no se limitaba a mi calle como lo pensé en un principio.
La ciudad estaba desierta.
Me dirigí cofundido hacia la autopista. Ningún  automovil se cruzó en mi camino.
Aquella autopista se encontraba flanqueda por un enorme bosque que se extendía en todas direcciones hasta donde alcanzaba la vista.
Tras unos cuantos kilómetros me detuve y apagué mi auto.
Abrí la puerta e instintivamente me adentré en el bosque.
Tras unos cuantos metros, mi auto y la autopista desaparecieron de mi campo visual.
Caminé y caminé hasta un punto en el cual me dí cuenta que de seguir, terminaría perdiendome.
Nada de eso detuvo mi caminata. El perderme no era un temor. Era mi objetivo. Tras tres horas de abrirme paso a traves de las ramas y la espesura del bosque, me encontré en un punto en el cual, ya no podía volver a la carretera.
Estaba perdido.
Una sonrisa se esbozó en mi rostro. Segui  caminando.
La luz comenzó a disminuir. Subí a lo alto de una colina y observé como el sol comenzaba a descender en el horizonte.
Pronto desaparecería tras una motaña remota en cuyas cumbres la nieve comenzaba a teñirse de los  últimos rayos solares.
Cuando llego la noche, seguí caminando, esperando un amanecer que jamás llegaría a ver.

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